lunes, 22 de diciembre de 2008

Historia de un poema que murio atropellado (o 1er carnaval cultural v. Ohiggins)






Nació una tarde de resaca. Bajo la sombra de una palmera. En un cerro de Santiago.

Su parto fue lento, tan lento como se acaba una cerveza en soledad. Tan lento y quieto como el pasado. Tan fugaz como el futuro.

De la letra manuscrita paso a la letra virtual y de ella a la impresa. En hoja blanca fue su primera comunión y para celebrar su mayoría de edad se le concedió el privilegio de ser leído. Vociferado, expandido a través del aire “por leves impulsos eléctricos.”

Y así creció, a través del aire. Y fue su vida tan sola, perdedora y divagante como la de sus padres. Nadie lo conoció nunca. Su saludo solo era de cortesía, porque nadie había hablado con él.

Creció y se alimento de la vida de todos. Las experiencias de los otros eran su respiro diario. Envejeció de esa manera.

Un día quiso morir, porque él lo deseaba, no porque la historia lo llamara. Su sepultura fue la calle y su grito polvo de tiza.

Él quiso que la mano ejecutora de su muerte fuese la misma que le dio la vida.

Siempre me pregunté porque quiso morir. Y a mi parecer él se aburrió de tanta historia ajena y deseo comenzar a vivir la propia.

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(texto suicidado)

Palomas en huelen.

En un cerro vestido de castillo
Con la boca sedienta llegaste a su terraza
Mientras las palomas
Dibujaban tu cara en el suelo
Con sus sombras.

Al llegar
Te sentaste bajo el abrigo de una palmera
El viento dibujaba tu pelo en el aire
Y tú buscabas con ojos violentos
Aquel destello de luz
Que te daría las pistas de mi aliento.

Pero ese destello de luz apareció,
Y al poco rato
Se volvió tan débil que fue imposible mantenerlo con vida
Así, y con los mismos ojos de antes
Renegaste de tu reposo
Y bajaste las escaleras
Huyendo como si nadie te persiguiera.

(del poemario "deca-logo" de Miguel Herrera C.)

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