domingo, 4 de abril de 2010

Psyco-mente envuelta en comprimidos químicos de la farmacopea legal.

¡No quiero pastillas!- le gritaba el paciente al psicólogo, mientras caminaba de esquina a esquina como si la ira se le fuera a escapar en un asesinato. El facultativo lo miraba tras sus lentes tal y como lo hacen todas las caricaturas de su especie. Pierna cruzada lápiz y libreta anotando. ¿Cuénteme más? Le decía el cuatro ojos. El paciente, que a estas alturas del partido parecía una burla de aquel nombre, le hablaba de sus muertos y tragedias. Le comentaba el dolor inimaginable que le rebasa la piel en esos momentos. Puras anécdotas mortuorias para una vida que gozaba de múltiples fatalidades.

Giraba el enfermo mientras retorcía sus manos de manera frenética y desesperada. Comentaba de aquella vez en que se quedo mirando la carretera y de las imágenes de su muerte que se le venían a la cabeza en aquel instante.

No soy capas ni siquiera de acabar con mi vida doctor, Divagaba el enfermo. No se preocupe, para eso estamos para ayudarlo. Le responde.

De tanto transmitir desgracias y su incapacidad para sobrellevarlas, el cansancio toma cuerpo en el enfermo. Se sienta y se toma la cabeza de manera intermitente.
Tómese esto, le dice el psicólogo. Mientras estira el brazo para darle a beber un liquido verde al que llaman”el hada”.

Bebe despacio. Tiembla un poco y luego traga. Se siente bien, al parecer la medicina hace efecto y se tranquiliza. Habla de su niñez, adolescencia y madurez, todo aliñado de violencia, calle y desazón por ni siquiera poder acercarse a aquello que no sabe que es. Pero que llaman futuro.

Beba mas, no se preocupe que esto le sirve.

Bebe y piensa. Relata hechos que brotan desde su memoria, o quizás desde su imaginación. Bebe y agradecido traga.

“el hada” comienza a tomar cuerpo en el enfermo. Parece que hablara dentro de su conciencia.
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Cuando el abrecartas comienza a perforar su abdomen, piensa en cómo su doctor término tirado en el piso, abrazado de un líquido rojo muy parecido a la sangre.

No sabe porqué, pero la sangre que brota desde las heridas de su abdomen lo tranquiliza. Lo adormecen. De pronto ve sombras. Se duerme.

Para todo el mundo solo fue una escena del crimen. Un loco que mato a su doctor y que termino con su vida. ¿Por qué? Nadie se lo preguntó. Todo esto finalmente es una página en un libro de anotaciones policiales.

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