miércoles, 10 de septiembre de 2008

Septiembre: carnaval de sangre y vino.

Me gusta septiembre, es un mes que me gustaría vivir siempre. Agradable temperatura y espíritu festivo y de congoja. Los dos sentimientos más fuertes y representativos del espíritu chileno, a mi parecer.

Septiembre se muestra con plátanos orientales en flor y viejas barriendo afuera de sus casas. Conversación callejera que parece ser la primera inquisidora de nuestros actos, pero que en realidad es la memoria que se transmite.

Septiembre huele a empanada y vino tinto, pero también a pólvora y a sangre. Un olor a pelea de final de ramada. Olor a pueblo violento, a no tan alejado oeste.

Vaqueros militares salen a matar, bajo un supuesto orden publico. El carbón se prende y el espíritu también. Las botellas sudan vino. Los militares y policías con sus escudos de autoridad e institución, cazan a todo aquel que no representa el alma de su dueño. Porque él no es mas que la identidad de otro.

El roto, el campechano, la patota de la esquina, la vecina que conversa bajo una escoba, vida y comunicación necesaria para el alma de un pueblo, son silenciadas manos arriba por trajes de colores y chaquetas tipo yankee.

Primero te mato, luego celebras. Caza de brujas en la fiesta dieciochera. Borrachera clandestina que en un mes se vuelve publica. Asesinos libres, asesinos presos. Muertos olvidados y muertos en el recuerdo. Carne asada, vino tinto y conversación. La policía busca focos de subversión en la fiesta, como si Manuel rodríguez aun viviera.

Borracho camino por las calles y caminos de Chile. En el horizonte el ultimo amor, el ultimo vaso de vino. Tras de mi una jauría de perros deseosos de sangre tratan de terminar la fiesta.

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