jueves, 12 de marzo de 2009

La borrachera de un borracho experto.

No sé si llegó así o tomo ese color en el poco tiempo que estuvo en este lugar. Pero que es un profesional eso queda de manifiesto.

Yo lo vi llegar cuando esgrimía mi tenedor en el plato de melancolía que me sirvieron en el restorán. Su estampa era de caballero ya maduro y su petición la de cualquiera, un plato de comida acompañado de una damisela cerveza. Sólo bastó aquella mujer para cambiar su tez, que de lacre mármol blanco pasó, muy rápido, a ser como las cerezas, rojas como mi rabia.

Solo un momento pasó para que llegara su compañía. Un pelado y gordo amigo al que saludó casi como si fuese su esposa. Yo, como vulgar borracho idiota, pensé que su conversación sería exhaustiva, pero no. Largo tiempo de teléfono celular usaron. Nunca pude saber porqué, por cada media hora de conversación, incorporaban un porcentaje de tiempo de conversación por teléfono que sonaba más fuerte que sus propios murmullos.

Su cara varió de forma considerable… su color me pareció un semáforo en constante cambio y la distancia hacía de mi observación un mal remedo de vieja sapa de población.

Él, llena su vaso de manera incesante. ¿Cómo me recuerda tantas cosas este tatita que parece ser mi ejemplo? Saluda y ríe con una suavidad casi dionisiaca.

No soporto mi soledad y le hablo, me siento en su mesa y le dibujo una historia fantástica que solo la inocencia de la borrachera puede creer. Termino mi cerveza y él me ofrece otra. Otra que se llama interminable, otra que se llama madrugada.
Otra que mi mano es incapaz de reproducir sin escribir dobles letras y figuras extrañas.

Miguel Herrera C.

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