domingo, 12 de noviembre de 2017

tabaco 2.0

El día que apareció muerto Mateo, recuerdo  que era un día de frío. Nosotros íbamos a trabajar a la feria por la mañana, a la hora de los borrachos y los muertos y ahí estaba, como durmiendo una resaca marchita. Luego nos enteramos. Fue triste saber que nunca más lo veríamos pasar. Era bueno el finao, dicen los que dicen conocerlo. Nadie se cree entre sí, yo creo que nadie lo conocía. Yo solo lo veía pasar junto a  su humo, ese humo de siempre.

Le inventamos un nombre, Mateo, porque se lo pasaba leyendo y nunca lo escuchamos hablar, solo fumaba.

Al llegar a la calle donde infinitamente damos rienda suelta a nuestro campamento gitano de fierros y palos, decían que había muerto, que no lo veríamos más pasar por los pasillos de la feria, exhalando una cortina de humo inmortal. Unos dicen que murió de pena, otros dicen que murió de frío, de hambre, que lo mataron. Eso dicen.

Era curioso verlo caminar, fumando y con un aura de soledad, como de risa reprimida. Había tristeza decían. A veces pasaba por mi lado  y nos alzábamos la cabeza en señal de saludo, nada más. Siempre me causó sorpresa que para las celebraciones nunca estuviera. Desaparecía y nadie sabía nada de él, luego volvía y todo tan igual como antes. Él caminaba, fumando y así pasaba, todo el día. Eso dicen.

Era bueno para el tabaco Mateo, el matiu. A veces tosía con tal calidad que producía la envidia de quienes lo miraban. Caminaba delgado por los callejones y cuadras. Bajo su chaquetón negro nadie había osado sentir curiosidad, a nadie le importaba. De vez en cuando era común encontrarlo conversando por los pasajes con gente que nadie conocía, quizás eran proyecciones de su imaginación, no lo sé. Nadie sabía nada de él, solo se decía que vivía desde hace mucho en la población. Que llegó cuando todo esto era una campiña productora de vino, dicen que estuvo en la toma.


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