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Escribir sin saber hacerlo. Escribir intentando hacerlo. Escribir escribiendo, poniéndome en mi lugar y en el lugar de otros, intentando habitar en la historia que te relatan como un tesoro sacado de algún baúl oscuro y desatendido. Escribir como una manera de desintoxicar la cabeza de pensamientos recurrentes y escenarios fantasiosos que terminan escritos y desparramados por distintos lugares. Escribir como meditación o forma de lograr concentrar el pensamiento en un enfoque determinado aunque sea por unos segundos. Virgencita del malestar regálanos unos minutos de concentración y de sosiego. Escribir como una mala costumbre para burlar al tiempo administrado por los humanos. Escribir para excusarse de fumar o de beber cada vez con más letargo. Escribir para engañar el hambre o distraer la desidia que arrastro en la intimidad. Escribir olvidando todo lo que pueda circundar la acción, depositando la crueldad sincera a los pies de quien quiera reciclar basura de ese tipo. Escribir sin ganas, ni método ni horizonte. Escribir solo porque lo puedo hacer y no sé hacer otra cosa. Escribir pensando que realizas un trabajo serio y honesto, soportando las horas gratuitas arrojadas al olvido, rozando el vacío e implorando de rodillas que todo esto nunca sea de otro modo.
Las hojas en blanco dan más libertad, por lo tanto más creatividad y definitivamente más miedo. De libres altibajos no busca la perpendicularidad de la grafía lineal, ni la cuadrícula psicodélica de los números. El vacío dispuesto a ser mancillado, la orilla del abismo abierto de par en par, la orilla del mar antes de perderte en él. ¿Dónde está el picaporte de esta puerta que se encuentra enfrente de mí? Y a veces el vacío está lleno, solo basta abrirle paso al caos entre lo innecesario y los distractores disfrazados de urgencia. Las hojas urgentes son las hojas en blanco, las hojas del vacío son las que urge dejar irreconocibles como pasado olvidado, llenar el vacío con olvido. Llenar lo lleno con lo que ya está lleno.
Borrar sin disimulo y dejando huellas de lo que antes hubo, sin pudor ni miedo al olvido. Corregir el cabalgar incansable de las ideas sobreponiéndose unas sobre otras sin prioridades ni fuerzas constantes. Tachar para dejar al desnudo los arrebatos del decir, emborronar como si las mejillas se avergonzaran de sus arranques psiconautas. Borrar no para olvidar o dejar atrás sino para dejar por escrito los equívocos, los arranques del espíritu, las odiosidades perversas que la vida social censura, los deseos vanguardistas que el futuro justifica.
Al final, soltar. Reposar las palabras en una botella repleta hasta la locura de vino cureptano. Vaciar las lágrimas de las parras abandonadas de mis anteriores y enrollar las hojas desvirginadas con las palabras olvidadas. Dejarlo ir tal y como todo lo que me rodea se dirige a un horizonte que desconozco.
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