Con una Gabriela en el bolsillo.
Oremos:
Maestro, hazme perdurable el fervor y pasajero el desencanto. Arranca de mí este impuro deseo de justicia que aún me turba, la mezquina insinuación de protesta que sube de mí cuando me hieren. No me duela la incomprensión ni me entristezca el olvido de las que enseñé.
¡Amigo, acompáñame!, ¡sostenme! Muchas veces no tendré sino a Ti a mi lado. Cuando mi doctrina sea más casta y más quemante mi verdad, me quedaré sin los mundanos; pero tú me oprimirás entonces contra tu corazón, el que supo harto de soledad y desamparo. Yo no buscaré sino en tu mirada la dulzura de las aprobaciones.
Dame sencillez y dame profundidad; líbrame de ser complicada o banal en mi lección cotidiana.
...
Leer a Mistral es como sentir que su espiritualidad te abraza para reconfortar la vida y sus desprecios. Para abrazar el ejercicio cotidiano del profesorado ¿Qué me diría usted Maestra cada vez que mis ánimos decaen? Busqué su palabra entre cerros de hojas amontonadas recordando que algún día las había abandonado en alguno de esos rincones y no encontré nada o se ocultó voluntariamente y de manera muy eficaz como diciéndome “Enseñar siempre : en el patio y en la calle como en la sala de clase. Enseñar con la actitud, el gesto y la palabra.” En este caso enseñándome desde los montones de olvidos que voy acumulando.
Y entro a la sala de clases del liceo polivalente y miro los ojos de cada joven y saludo de mano a cada uno de los asistentes a los 8 cursos respectivos y les pregunto cómo están, animando al decaído y una voz susurra a través del viento que se cuela por las ventanas húmedas diciendo “Amenizar la enseñanza con la hermosa palabra, con la anécdota oportuna, y la relación de cada conocimiento con la vida.” Y la sala de profesores y el desayuno entre palabras y votemos el paro y cobremos la cuota pal restaurant y le dije a una compañera de trabajo que quería hablar de la Mistral y se me habían perdido sus palabras. Yo tengo este libro, me dice. Mientras me muestra en la pantalla de su celular la portada de Magisterio y niño de Gabriela Mistral ¿te sirve? me preguntó y honestamente no lo pensé, solo dije que sí, que claro, que muchas gracias.
Tren ruta verde próxima detención estación Vicente Valdés lugar de combinación con línea 5. Las personas apresuran el paso para adelantarse a algo que desconozco. Bajo escaleras eléctricas, escucho el podcast “El fantástico mundo Mistraliano” por los audífonos, por las mañanas es difícil leer en la locomoción pública y los días de viaje se convierten en una modorra automática, en algo que suena entre la ventisca de los túneles que entra por las ventanas y dice “la maestra que no lee tiene que ser mala maestra: ha rebajado su profesión al mecanismo de oficio, al no renovarse espiritualmente” y cambio la playlist por el sonido monótono del metro e intento ordenar las clases del día en mi cabeza. Tren ruta verde próxima detención Gruta de Lourdes.
Cuatro sopaipillas por luca mi rey ¿va a llevar pal desayuno? pa que caliente el cuerpo profe. Y el hall de entrada y buenos días, buenos días, dirección: firmar la entrada, subir escaleras, sala de clase, saludar, pasar lista, firmar el libro, hacer clases, recibir personas atrasadas, trabajos atrasados, noticias atrasadas como “si todos los vicios y la mezquindad de un pueblo son los vicios de sus maestros” y hacer clases o intentarlo, despedirse del curso, la sala de profesores, el desayuno al paso y la sala de clases y la sala de profes y la sala de clases y el almuerzo encima de pruebas y corcheteras y tazas con café y olores benditos que deforman el espacio hasta convertirlo en un comedor colectivo donde desfilan preparaciones caseras, la mano de la tía junaeb que acompaña a la maestra que se abriga con sus calores y los olvidos y los descuidos y las conversaciones entre colegas que se parcelan según el tamaño de las mesas y de la voluntad de exponer la palabra pública. Amo la palabra que se oye y he aprendido del silencio a escuchar susurros que acarrean las palabras y este chiquillo oye, el del tercero d, no hay caso con esa contratación, me está echando a perder el equipo, le escucho decir a un colega de la mesa de enfrente como buscando una palabra que acompaña su diagnóstico y los susurros que van dejando las mesas llenas de pequeños restos que se suman repetidamente como una pequeña capa de tedio y me acuerdo que ando con el libro de la Mistral en la bolsa de tela que uso como bolso de profesor e intento leerles lo siguiente a los colegas: El ejercicio pedagógico, ya desde el sexto año, comienza a ser trabajado por cierto tedio que arranca de la monotonía que es su demonio y al cual llamamos vulgarmente “repetición”, y que rico lo que trajiste y ¿querí? ¿no trajiste almuerzo? es que no me alcanzó el tiempo para cocinar. Vengo del Elqui y arriendo un departamento en el centro. Está difícil la cosa en la provincia. ¿y de dónde viene usted colega? escucho preguntar. De Monte patria , le contesta.
Las frituras centroamericanas, las arepas con bandera y los microondas en las salas de clases y todo se transforma en un vaho de post fiesta y el profesor intentando retomar la atención de las últimas horas de la tarde de una jornada completa difícil de entender.
Es que a mi me da lo mismo la nota que me saque profe ¿y a que viene? le pregunto. Pa no estar en la casa profe, puros ataos. En el liceo me distraigo y no me meto en problemas o por lo menos aquí me llaman el apoderado pero en la calle te llevan en cana. ¿Cómo enseñarle el valor de la filosofía a un espíritu así? quizás guardando silencio y escuchando, e intentando rescatar de esa misma historia las palabras de la filosofía. Las historias singulares como pie forzado para los universales. Nunca más vi al estudiante, dicen que se devolvió a su país porque habían asesinado a un familiar pero yo no lo creo. Huele a lugar común. Una línea roja atravesaba su nombre en el libro de clases, su destino en ese lugar estaba tachado.
Profe, yo no estoy ni ahí con la filosofía. Andan complicando todo a cada rato. Sae que, yo no quiero estar en su clase ¿Me puedo ir? Profe, si nosotros somos buena gente, no crea lo que dicen de nosotros, si andamos vendiendo cigarros no mah. Coño eh tu madre vale, que lo que eh con este tipo, disculpe profesor pero es que ese tipo me hace arrechar. Profe, preste trescientos pa comprar algo pa comer. Profe ¿y usted fuma?¿usted toma? Profe, mi mamá me deja fumar marihuana, mire ando con una pipa en la mochila. Y uno leyendo a la Gabriela Mistral, intentando acercarse en algo a ella y recuerdo sus palabras que comparto: El pueblo nunca puede ser promovido a dignidad verdadera al margen de la cultura, y bueno sería que él mismo supiese esto, que lo entendiese. Pero no logro ser tan tajante como tú Gabriela. Comparto aquello de que la cultura es nuestra responsabilidad pero me cuesta tomar algún bastón que dé firmeza a verdades tan rotundas y ciertas. Hoy tengo la impresión que la seguridad está en lo impreciso, en la sensación más que en la certeza. Certeza, que palabra más discontinuada. Quizás también la palabra pueblo, maestra e incluso educación.
Los pasillos del liceo dejan de hervir como sopa que entra en reposo después de agitarse por horas. La tarde comienza a mostrar sus primeras navajas en los barrios antiguos y periféricos de nuestra capital. La premura de tomar un curso antes de que ellos se adueñen de la situación, el reloj que avanza sin perdonar los pormenores de la vida cotidiana comienza a perder su poder y los pasos de la despedida diaria se hacen con calma y cansancio. Adiós compañeros, buena jornada. Nos vemos mañana, se escucha. Y firmar el libro de salida y caminar hasta la estación del metro y buena profe donde lo pillo, oiga ¿présteme luca pa pagar el metro? y bajo a las arterias subterráneas para cruzar nuevamente la ciudad de extremo a extremo. Intento leer algo cuando el cansancio lo permite, pienso en mi hijo que me espera en casa ¿habrá comido? ¿Cómo le habrá ido en el colegio?¿cuando hay reunión de apoderados? Estación bellavista de La Florida Lugar de combinación con terminal intermodal. Y la e13 y las chiquillas de la Arturo Prat que se suben a la micro para ir a comprar pasta a san Gregorio y yo me bajo en la esquina, permiso, permiso, junto con ellas.
Intentar sacarse el ser profesor de encima en el espacio doméstico pero es imposible, por dentro las dudas inacabables y la cabeza girando en torno al último desafío que algunos llaman problema. Pero el refugio de la lectura, que a veces es un desafío y algunas otras una mala aventura siempre me ha esperado para acompañarme.
Cuando niño los libros eran legos que creaban en mi cabeza enormes castillos y fortalezas, de pronto tenían dibujos y después letras y párrafos completos. Aprender no es una tragedia cuando no está lejos de la cotidianidad, leer tampoco es un drama de fantasmas castigadores cuando las palabras trabajan como espejos o focos neblineros. Alimentar esa voz interior que todos llevamos dentro con la voz de otros tiempos y lugares no es tarea banal aunque rompa el esquema de la productividad. Leer es un placer y si no lo es abandónalo de inmediato, la lealtad no es cuestión de lectores ni de amantes. “Hacer leer, como se come, todos los días, hasta que la lectura sea, como el mirar, ejercicio natural, pero gozoso siempre. El hábito no se adquiere si él no promete y cumple placer”
Ya es tarde y realizo las últimas tareas domésticas para comenzar el descanso. Mi hijo duerme en la cama y su cara muestra tranquilidad mientras su alboroto sabe que está en paz. Me siento a los pies de su cama pensando que los días pasan y todo cambia, que nuestra paz con gracia se la regalamos al mundo, mientras tomo un libro de su repisa y leo en voz baja:
APEGADO A MÍ
Velloncito de mi carne
que en mi entraña yo tejí,
velloncito friolento,
duérmete apegado a mí!
La perdiz duerme en el trébol
escuchándole latir:
no te turbes por mi aliento,
duérmete apegado a mí!
Hierbecita temblorosa
asombrada de vivir,
no te sueltes de mi pecho,
duérmete apegado a mí!
ahora tiemblo hasta al dormir.
No resbales de mi brazo:
duérmete apegado a mí!
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